La hermana Hilda Alonso, de las Hijas de la Caridad, recolecta los artículos que serán donados a las víctimas de los huracanes Ike y Gustav en Cuba.
Tras la cinta amarilla que bloquea el paso en una calle lateral de un barrio residencial de Miami, docenas de voluntarios en tiendas blancas empacan cajas vacías de Corona con jugos, frijoles, arroz y medicinas. Sor Rafaela González, a sus enérgicos 75 años, dirige la acción mientras que los pitidos continuos de un montacargas abrumado de botellas de agua alerta a los voluntarios que se quiten de su camino.
"Este ha sido mi trabajo por 30 años'', dice ella con una sonrisa.
Su "trabajo'' en la orden católica de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul es el de servir a los pobres tanto con buenas acciones como con palabras bondadosas. Alimentar al hambriento, dar de beber al sediente, vestir al desnudo, dar refugio al desamparado --palabras de misericordia católica que no conocen fronteras políticas, sólo el amor de Dios.
Mientras de Miami a Washington la gente debate si se debe o no aflojar las restricciones de viajes o el embargo comercial a Cuba tras dos huracanes seguidos, las monjas no tienen nada que debatir. Su trabajo principal es el de salvar tanto vidas como almas. Los políticos y los demagogos pueden señalar con el dedo y levantar sospechas sobre si los artículos donados están siendo interceptados por el gobierno cubano, pero las monjas tienen 14 años de experiencia en asegurarse que sus contenedores lleguen a las manos correctas.
Este no es tiempo de debate. Es tiempo de acción.
Y nuestra comunidad lo sabe.
Las Hijas de la Caridad han contado con un apoyo abrumador por parte de los residentes del sur de la Florida, ansiosos por ayudar al millón o más de cubanos que quedaron sin casa luego de que los huracanes Gustav y Ike devastaran la isla de una punta a la otra. Ellas también están ayudando a enviar provisiones a dos iglesias católicas locales --Notre Dame y St. James-- que están organizando envíos a Haití.
En sólo seis días, las hermanas han enviado cuatro contenedores de 40 pies con comida, agua y medicinas por un valor de $100,000 al Puerto de La Habana. Dos de esos contenedores ya están alimentando a gente en la atribulada provincia de Pinar del Río. El jueves, prepararon otros dos largos contenedores mientras docenas de voluntarios trabajaban sincronizadamente clasificando y empacando cajas y cargando los camiones.
Estudiantes de la escuela secundaria de Hialeah llegaron al mediodía con un camión de donaciones. El cartero trajo también un montón de donaciones que vienen hasta de California. El teléfono no paraba de sonar.
Todo comenzó con Sor Hilda Alonso, la monja de 87 años que dirige en Miami a las Hermanas de la Caridad. Ella era la directora del Colegio La Inmaculada, una escuela para niñas en La Habana antes de que la revolución de Fidel Castro cerrara las escuelas católicas y expulsara a sacerdotes y monjas. Luego de enseñar y dirigir escuelas en Puerto Rico, y de trabajar en Haití para fundar órdenes de San Vicente de Paul --‘‘la necesidad era muy grande''-- ella comenzó su misión en Miami.
Desde 1994, este pequeño grupo de seis monjas católicas han enviado contenedores llenos de donaciones en alimentos, medicinas y hasta equipos médicos para ayudar a las embarazadas, a niños con el Síndrome de Down, enfermos de lepra y a los ancianos en hogares de retiro en Cuba de los que se ocupa la iglesia.
Durante años, sus antiguas alumnas de la Inmaculada han pasado por el limpio y austero hogar de las monjas con cajas de donaciones, sabiendo que éstas llegarán a las personas necesitadas.
Sentada tras su escritorio de metal, junto a su cama personal con un cubrecama de algodón blanco en su pequeño dormitorio, Sor Hilda hizo notar que, para fines de esta semana, las monjas habrán enviado alrededor de seis contenedores --normalmente lo que hacen en un año.
"Ha sido una generosidad extraordinaria de los que viven aquí'', me dijo, añadiendo que personas de todas las razas estaban viniendo a traer donaciones.
No son solamente artículos, sino dinero lo que se necesita. Cuesta $5,000 enviar un contenedor a Cuba.
Yo había oído hablar por años de las buenas acciones de Sor Hilda, y este verano la visité con un amigo para averiguar más cosas sobre esta mujer menudita, oriunda de los campos tabacaleros de Pinar del Río, que ha asumido un trabajo tan gigantesco. A pesar de sus muchos años de trabajo duro, ella sigue siendo el "Conejito de Energizer'' --sólo que sin el tambor para llamar la atención sobre sí misma.
Como me dijo una voluntaria de la Inmaculada sobre la monja que ella conoció en Cuba: "Ella es la humildad personificada''.
Ahora las hermanas están trabajando prácticamente veinticuatro horas al día para llevar ayuda de emergencia a Cuba. Las monjas tienen un largo historial de llevar artículos aprobados por EEUU a la isla, sin que el gobierno cubano interfiera. Sor Hilda ha ido allí en persona para asegurar que los artículos sean entregados a las monjas, en el barrio habanero de La Víbora, quienes entonces distribuyen las donaciones.
Las monjas en Cuba van a los muelles, inspeccionan los contenedores y luego una monja los acompaña con un chofer de confianza para asegurarse de que la comida vaya a los necesitados y no acabe en el mercado negro.
"Estamos enviando a los lugares que han visto el peor destrozo'', dijo, y enumeró a Pinar del Río, Baracoa, Oriente y Camagüey.
La semana que viene, las monjas comenzarán a recoger sábanas y otros artículos de primera necesidad. Pero hoy, lo principal es la comida, el agua, las cosas esenciales.
Sobre todo, lo principal es el amor incondicional.
Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul están aceptando comida, agua, medicinas y ropa de cama para las víctimas de los huracanes en Cuba en el 500 N.W. 63 Ave., Miami. O llame al 305-266-6485 para más información.
Fuente: El Nuevo Herald / C.M. Guerrero
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