Jorge Olivera Castillo – Sindical Press
18 de marzo de 2009
La Habana – http://www.payolibre.com/ – Mi olfato guarda la humedad del calabozo. Es uno de los olores enquistado entre los pliegues de las mucosas nasales que abrió un camino, sin curvas, hacia el cerebelo. Allí tiene su campamento y sus eternas compañías.
La herrumbre de los barrotes, el efluvio de mis evacuaciones cubriendo supersónicamente los dos metros entre su asentamiento y el orificio que debía ser la base de un inodoro, la rancia transpiración de ratas y cucarachas, el “aroma” de unos alimentos cocinados en alguna caldera de barro y perfidia. De eso tengo miles de reportes e instantáneas que no se estrujan, ni pierden las tonalidades.
Casi dos años tuve que permanecer tras las rejas por tomar el derecho a la libre expresión del escaparate blindado del gobierno.
Un fiscal, sin pudor e insano, me puso en el equipo de Osama Bin Laden. Dijo que escribir crónicas y comentarios sobre la realidad nacional era un acto perverso. De repente supe que mi máquina de escribir pertenecía a un apocalíptico arsenal de armas de exterminio. Todos mis libros terminaron convertidos en pruebas del grave delito.
El hombre de toga y gestos de fiera herida, llenó la sala de invectivas y señalamientos como preámbulo a una sentencia de 18 años de privación de libertad.
Quizás esperó por una pasiva aceptación de culpabilidad en medio de una atmósfera de terror y uso extremo de la impunidad. Si ese fue su deseo, pues tuvo que conformarse con mis rechazos hacia un acto vil y carente de la debida seriedad jurídica. Aquel 4 de abril de 2003 salí absuelto por el tribunal de mi conciencia.
Hoy, más que nunca, amplío las fronteras de mi inocencia y escribo en nombre de los que todavía padecen los efectos de aquel atropello contra 75 personas que sin el uso de la fuerza, querían y quieren ser ciudadanos de un país adscrito a las reglas de la democracia.
A la distancia de 6 años del acontecimiento que puso nuevamente al descubierto la naturaleza excluyente e inmovilista del gobierno, es preciso recordar a los 54 hombres aún atrapados entre los nudos de la intransigencia y la maldad.
Todos están vivos, sin embargo, esto no es relevante a la hora de auditar sus respectivos calvarios. El asesinato es en cámara lenta e invita a recordar los instintos más bajos del ser humano.
Decenas sufren menoscabos de salud. El resto amenaza con alcanzar las orillas de la depauperación --más temprano que tarde-- a causa del impacto de un encierro bajo condiciones infrahumanas.
No hace falta inclinarse por la exageración y el dramatismo para arrancar nuevas parcelas de atención. Tras esos muros vigilados por centinelas armados, se esconde un mar de arbitrariedades difícil de explicar y ser creíble a razón de su esencia surrealista y el alto grado de insensibilidad.
Lo dice alguien que tuvo el infausto “privilegio” de ser uno de los atrapados en ese masivo acto de crueldad.
En estos párrafos hay espacio para toda la gente que se levanta, cada mañana, con el reflejo de los balaustres de la celda en sus ojos. Los presos políticos en su totalidad y los comunes sancionados a largas condenas por transgresiones menores, merecen la libertad inmediata y la revisión de sus causas penales, respectivamente.
Mientras escribo me asaltan esos tufos enquistados en la nariz y en la memoria. Son, otra vez, las huellas de la cárcel.
No espero a que nadie me pida los testimonios de esos momentos donde pude conocer los olores de la muerte. Aquí va una pista para evitar extravíos en la ruta hacia la solidaridad con los más de 200 presos políticos y de conciencia. Si no es suficiente puedo aportar mayores referencias de uno de los lados más podridos de la revolución cubana.
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